Nunca supe si eras tú o si era yo, nos confundíamos entre manos y risas. Y repentinamente supe, supe que iba a ser yo la que se desgarrarra fugazmente en el momento, y lo supe todo el tiempo. Pero nos decíamos, o yo me decía, silenciosamente: "todo está bien, todo". Y aún más risas, y gestualidad de palabras escritas y dichas, bien dichas y pronunciadas, de mostrar en silencio que eramos lo mismo, por suerte, todo el tiempo. Y en ese abismo de diferencia, en ese rincón plegado sobre sábanas, lo supe, mientras iba sucediendo, que yo entraba en ti o tú en mí y yo en todo por ti. O por lo menos en ese pliegue, y en ese momento, y todo mientras yo iba sabiéndolo, como un descenso de la dulzura en lo absoluto. Y me iba derritiendo por dentro, en una larga palabra, y lo iba sabiendo, todo el tiempo. Y todavía sabía que era yo y que eras tú, quizá demasiado claramente, hasta que sucedió, o fue sucediendo, que yo ya no supe, o supe sin saber realmente, como si esa integridad de loto se fuera con el viento y se abriera como una flor. Y mientras sé todo, entiendo (ahora sí entiendo) que podría ser perfectamente una contigo. Tú-yo. Tuyo ese momento de mirarnos a los ojos con una larga sonrisa por un buen rato. Y ante ese tesoro hubo un momento en el que guardar silencio formaba ya parte de un futuro.
Estar dentro tuyo es devenir.
Estar dentro tuyo es resolverme.
Estar dentro tuyo es resolverme.