23.5.11

All is floating.

Me enamoré por primera vez a los catorce años y a partir de entonces lo hacía cada cuatro o cinco meses de una persona diferente, la mayoría de las cuales jamás se habían dado por enteradas. Una vez me enamoré de un biólogo argentino que me dio aventón y al que nunca logré siquiera verle la cara (iba yo sentada en el asiento de atrás), pero me quedé obsesionada con su chamarra desteñida, sus lentes de armazón y su simpatiquísimo sentido del humor. No sé cómo, pero até cabos, hice conexiones y conseguí su teléfono. Cuando una voz de mujer sin acento argentino contestó del otro lado de la línea, usé el gastado recurso de los cobardes y colgué. Nunca más volví a saber de él.

Me he enamorado tantas veces que no recuerdo los nombres ni las causas en la mayoría de las ocasiones. Pero todos amores fugaces, ellos ni cuenta se han dado de mi existencia. Me he enamorado en persona, por internet, por tele y hasta por teléfono. Una vez me enamoré de un policía en el metro de Hollywood mientras me ayudaba a cargar mi bicicleta. Otra vez me enamoré de un payaso con todo y maquillaje en pleno crucero.

Cuando estaba chica escuchaba música en discos de vinil con mi abuela y en algún momento la aguja empezaba a saltar y seguía dando vueltas por el mismo surco indefinidamente hasta que alguien se animaba a moverla de lugar. Pasaba a menudo con las canciones que escuchábamos más, que era la parte del disco más propensa a rayarse. Para mí que eso es el enamoramiento: un patrón de pensamiento obsesivo, un darle vuelta y vuelta a la misma idea, a la imagen parcial y unidimensional que tenemos de alguien o de algo. Por supuesto no estoy hablando del amor, sino del mero enamoramiento. Del amor no tengo ninguna opinión por el momento.

La obsesión asociada al enamoramiento va en consonancia con mi afán de ponerle soundtrack a cada historia que me invento. Cada persona de mi lista de amores posibles e imposibles lleva asociada una única canción que oigo una y otra y otra vez durante un cierto tiempo. Creo que me desenamoro el día que la canción llega a hartarme de tanto que la he escuchado. La última vez que me desenamoré tardé dos años en aceptar que la canción ya me había hartado lo suficiente para deshacerme del recuerdo; siento que esta vez va para largo. Le apuesto como mínimo unos tres años, el soundtrack de esta historia lleva mucha vida. Podría hacer una lista de las canciones  más sonadas en mi ipod, que van desde Bon Iver hasta Beirut, pero no tengo la suficiente cara dura para afrontar algo tan digno de cábula. Lo que sí es que la semana pasada estuvo sonando quinientas veces The gardener. Esta semana alguien me hizo el favor de darle un golpecito a la aguja y ahora tengo el ipod en shuffle.

Si lo ven díganle que:

1 comment:

  1. El amor es querer dedicarle todas las canciones a esa personita :3.

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