6.11.11

No siento la mano derecha.

Las cartas de los viejos amigos -algo así le estaba escribiendo a Alex - son como un género literario independiente; algo entre poesía, cuento, novela y nota periodística caduca en un diario de esos amarillentos.
  
"Me converti en trotamundos. Dejé el tabaco. Me divorcié dos veces. Me volví empresario. Tengo un hijo. Volví al psiquiátrico. Manejo una bici. Viví en Siberia. Nunca me casé".

(Yo siempre contesto con la misma frase, que nunca digo: "Todo sigue igual")

Son la lista de los recuerdos que nos faltaban y que no sabíamos que echábamos tanto de menos. Durante el tiempo que los guarda el olvido, los amigos abandonados se vuelven el personaje de una novela corta de lectura lenta, o de una película larga a cámara rápida. Su reencuentro es pura poesía, una consistencia ilógica, un acierto en un mal cálculo, una oración gramatical en el lenguaje secreto de Borges.
 
Y como ya escribí más de cuatro paginas seguiditas, enmenosdeveinteminutos, no siento la mano derecha.
 
 

Les debo la explicación de la foto de aquel día en el que no sabíamos a dónde escaparnos y solo decidimos quedarnos. Quedarse también es irse.